viernes, 21 de octubre de 2011

"Dejemos que otros escriban lo que yo no supe"



Me fumo las semanas como si de cigarrillos se tratase. Tengo un vaso de agua lleno de Whisky entre los dedos de la mano izquierda, el pelo sucio, llevo la misma ropa ya tres semanas, y mi habitación es una cuadra de colillas y animales punzantes. Entre los pulmones sólo me queda un poso de alquitrán. Y, para qué engañanos, tes yeux. Nada más. No me queda aliento para escribir, sólo una mente negra para imaginar. Me da igual. Sólo me importan los ochenta versos: la "técnica". ¿Será una técnica desnudar el alma? Tal vez: déjenme en paz, son suciedades mentales. Dejaré que otros lo expliquen porque, como digo, a mí ya no me quedan palabras:




1. " ... you can't start a fire without a spark... "







Y tú usaste gasolina, y así he quedado.


2. " ...I'm working on a dream... "






Pero todo ha quedado en un simple: "I was working on a dream".
Y en un "Thank you" por presentarme a Bruce Springsteen. 


3. " ...And when your fears subside
    and shadows still remain
    I know that you can love me
    When there's no one left to blame
    so never mind the darkness
    we still can find a way
   'cause nothin' lasts forever 
    even cold November rain... "



Era sólo un: "hasta que se acabe": una vida, unos años, unos meses, un par de semanas, o apenas unos días: un "hasta que se apague la vela".


4. "... And then I go and
    spoil it all by saying something
    stupid like
    'I love you' ... ".




"... I can see it in your eyes
that you despise the same old lies you heard the night
before..."


5. "Yo no quiero un amor civilizado..."




Y lo repito hasta la sa(u)ciedad.



6. " ...coleccionaba amores desgraciados
      soldaditos de plomo mutilados... "




... y quemados a fuego de gasolina...


7. "... Has colgado tu bandera
     traspasado la frontera,
     eres la reina.
     Siempre reinarás. Siempre reinarás..."


Jajaja, me parecía bien acabar con el rock de "Los Ronaldos".


Ha quedado todo descrito en siete etapas. No descarto añadir alguna más. Faltan los ochenta versos que hacen redonda la historia, pero los perdí. Si los encuentro, los añadiré también. 

-"¿Crees que tengo la capacidad suficiente para cambiar la respuesta a la pregunta número uno?". 
-"No".
-"Ahora, yo creo que tampoco". Pero estás tan viva como al principio. O más. Me lo dicen mis tripas, a pesar de que las golpeo una y otra vez para que dejen de gritarme.

Como todo buen sueño:

FIN


miércoles, 12 de octubre de 2011

El consuelo de la luna.

Sé que vendrá cada noche
y yo la recibiré en mi casa,
hasta que me vacíe.


Vamos a cerrar las puertas a lo onírico,
a parar el tiempo y las congojas,
a olvidar los altruismos estériles,
a matar los pájaros sin balas.
Vamos a cercar las oportunidades,
a cegar la estrella y el mar,
a tirarnos a las calles,
a silbar.
Para los delirios,
detén el llanto,
los abismos te distraen
la aurora queda bajo el mantel,
y el cielo está rojo muerte.
Vivir de nada,
morir por todo,
llorar sin consuelo
y nada más,
destierro,
duelo,
velo,
quedo,
frío y triste
a las orillas de tu alma,
por el amor que te profeso,
por la vida que se apaga bajo una farola,
en invierno.
Y… ¿Qué mirar ahora?
Me mata la desesperación,
todo queda atrás,
no soy quien vive,
porque estoy solo.
Solo, solo, solo.
Angustia del consciente,
que se ahoga en sus lágrimas.
Y pararé el cielo
para unirme al ejército celeste,
de estrellas y pájaros.
Rotos los cristales y perdido el tiempo,
se detendrá solitario el gavilán
en las paredes de la gruta:
el destino no es sino el pasado.
Triste, me invade la nada,
el adiós, el “ya nos veremos”,
y no puedo andar.
Tengo entumecidos los dedos del alma.
Frío atroz, llanto en París
nada tiene sentido.
Soledad plena
que alcanza el sinsentido
en tu recuerdo.
Amor.
Amor del ciego y del cuerdo,
del loco y de aquel
que ya no puede más.
Los labios que otrora me ofreciste
matándome están.
¡Fuego!
Ardor del alma,
ceguera mortal.
Vida que no es vida.
Paseo hasta el arco triunfal.
Tus manos descienden por mi cuerpo
y siento el aliento de tus delicias
en el gaznate.
Anhelo el suspiro que me llame:
“Ven”,
para no volver jamás.
Y miro tus ojos y enloquezco,
sublimes y altivos como pocos,
cicuta celeste de mi angustia.
“Mírame…” , dime, y la eternidad
pasaremos juntos,
cerca, frente a frente.
Y torna en desilusión la vida,
desdicha atroz del consciente
y descubro tu inexistencia,
la soledad,
mi llanto en la alcoba de tus senos.
Todo es miedo.
Y me detengo, y avanzo, y nada.
Impotencia del lastimero amor
que te profeso.
Y el tiempo deja de sentirse
para matar el canario de la ventana.
La luna dejó a la noche sola,
para compañía procurarme
en tan angustiosa velada.
El candil iluminaba sus ojos,
su tez pálida ahora en nube tornaba,
su cabello dejaba de ser sensible,
pues la sensibilidad misma era.
No era.
El tiempo se detuvo esa noche.
Y lloraba.
Y al sentir sus labios
preguntándome la hora
aprecié el reloj roto,
y los segundos, cómo no,
parados.
Y la besé.
Fue sencillo y tierno,
como el almendro en primavera.
vivaz y ardiente,
como el sol de mediodía,
bravo e infinito,
como el mar.
Me olvidé de mi nombre
del amor,
 de todo.
Es su boca.
Solo me detuve para contemplar sus ojos,
ardientes, como el cabello
que de su testa colgaba.
Atroz, infinita, inefable…
¡oh conquista del pobre!
Ya se desvaneció todo.
Mi vida cae,
y yo me muero,
el sinsentido roza la razón
y no queda más que llorar
letras que no saben a nada,
letras vacías,
letras de nadie,
letras ciegas,
letras mudas,
letras de ayer,
letras inmortales,
por nacer ya muertas,
simplemente eso,
letras.

Mil cadenas y un trozo de pan.

Perder el tiempo es viajar al país de los sueños, tejer los  hilos de la desesperanza en mares de conquistas vanas. Mirar de frente y a la cara. “Te amo”. Angustia, miedo, afán, desdicha, infortuna, todo es muerte y banalidad a mi alrededor. No consentiré que me mires a la cara sin amarme. Me desvanezco en las calles de lo onírico, mojadas por una llovizna suave y fresca. Los adoquines, mejor diré de mi alma espejos, sucios estaban. La luz de las farolas iluminaba sus rostros, mis rostros, los de aquellos a los que odiaba, nadie, porque estaba solo. Sentía fluir las aceras y los ríos y los torrentes de sangre turbaban mi delirio. ¡Malditos! La enajenación torna en cordura cuando todo desaparece tras la esquina de la calle Mayor, cerca del hospital para tuertos del alma. Vagar a altas horas de la madrugada es como llorar por la mañana, cegar el espíritu que mata al oprimido. No tengo sensibilidad en el alma, pues la desdicha que me invade matado la ha. Pero soy yo el que muere ahora. Sentado. Tumbado en medio de la carretera, porque la muerte me invadía despacio, como aquella mañana en que me despertó tu sonrisa. Porque el amor, que olvidé en el florero de tu casa, me dejó descolorido el cabello. Y ahora, sin fuerzas para reclamar lo que por naturaleza me correspondía, callo. Y las letras a muerte sentenciadas están. Guardar silencio prometido me han y pagarán un alto precio si hablan: la deshonra. Porque no hay perro más vil que el que sirve a un amo vil. Y mis palabras son viles como la espuma, porque su favor me deben. Espero que mi muerte no esperen las desdichadas, porque no les brindaré la oportunidad de verme morir ahorcado. Mi muerte será otra. Como la del romántico ante el acantilado de las tierras del norte, como la del bélico caballero que rompe su espada en torso enemigo, como la del torpe que cae por el desagüe sin apenas enterarse. Yo moriré así. Despacio. Fuerte. Como el ritmo del tambor. Sangre versificada, negra y roja como el carmín, azul celeste como el cielo: mas fría, como el alma que la engendra. Prisionero de nada y de todo. Porque no hay mayor prisión que la propia conciencia. No hay mayor prisión que el propio pasado, que la angustia futura. No hay mayor prisionero que yo, pues carcelero de mi mismo, encerrado me he en una torre por montañas vedada, cual Segismundo y Basilio y Clotaldo Y Rosaura a una. Porque yo soy el encerrado, yo soy el verdugo que mantiene la prisión oculta, yo soy mi carcelero, mi educador, y el objeto de mi ira, yo soy el solitario que me visita en sueños. Mi pasado no es más que los muros de piedra que mi alma cercan. Y mi presente, un destino atroz que nunca llega. Y mi mayor pesadumbre es la luz que mi intelección ilumina, el brebaje que se me procura para salir de palacio, el soldado que por segunda vez a deslizar las cortinas que se ciernen sobre la verdad viene. Mi mayor esperanza es despertar cuando la muerte se haya olvidado de mí, y pueda, triste, como cualquier otro, reinar sobre mi Polonia, Polonia de mi alma. Yo no soy. Los reductos de mis pensamientos han dejado la sensatez en los resquicios ya perdidos para adquirir un tono mucho más frío y sincero. No me siento bien. Todo cae a mis pies, como los pájaros ante el cazador. Mas yo creo que soy pájaro. El fuego que dentro me quema deja de ser algo cierto, para ser lo único cierto que en mí habita. El delgado trecho que de la locura me separaba cruzado ha sido por los bueyes de mi rebaño y todo se ha vuelto tosco y austero. Tu mirada no calma mis sentidos, sino que los exacerba sobremanera. Espero que guardes silencio durante los próximos años, corazón del alma mía, si la vida quieres conservar… ¿vida? ¡Mejor diré existencia! Porque vida sin amor no es vida, y mi vida sin amor se halla, triste, cerca de la muerte, hermanada con ella, lejos, en el desván, donde la alcoba adquiere un color rojizo, granate, como la sangre que en este mismo instante brota de mis venas. 

La visita de Morfeo.

Porque incluso quien nunca miente, miente a veces. Aunque suele hacerlo bonito. 
A la mentira más bella que jamás escuché.

Quedó el tiempo en el suelo de la alcoba. Todo estaba quieto y mudo. Sentía el discurrir de la sangre en sus venas, el latir de su pecho, en armonía con el vaivén de las olas que contemplábamos. Las estrellas dejaron de ser consejeras para en cómplices convertirse aquella noche de fuego y mar. Sus ojos bailaban un vals tranquilo y huidizo, coqueto y oscuro, misterioso a la postre. Podía sentir los suspiros que su boca exhalaba en las entrañas que otrora, ¡tristes días de mi pobre vida!, al vacío lloraban, ¡qué digo!, saltaban, cuando el recuerdo de su mirada me invadía. Dejamos de apreciar el espacio que a nuestro alrededor titilaba, cuan tea errante en manos de la muerte. Era su cuerpo la brisa marina y mi cuerpo las motas de arena que entre sus graciosos cabellos danzaban. No había sentido alguno en nuestros gestos, de sentimiento se vaciaban nuestras almas con el paso de los segundos. Quedamos, juego terrible, vacíos.
No era verso aquello, ni lira, ni pluma, ni pincel, ni cincel. No. Era, simplemente, vacío y llanto. Parados los anhelos, me invadía la nada. El fuego en el aire austero arde, y pone la piel turquesa y malva. La luna rielaba en sus pupilas -¡desdicha atroz, fantasía onírica del maldito carbón que mis manos ostentan!-, vibraban lucecillas tibias en el blanco almidón que su tez adornaba. Los claroscuros de su faz le conferían un aire travieso y maldito que a mi alma invadía, cicuta del cuerdo. El tiempo aparece despacio, leve, sincero a la par que firme, nunca servil. Las sierpes vibraron por el aire del descuido y la locura, por el tiempo y las congojas, los sentidos y la nada. El sentimiento rompió la noche. Quedaba fuego en mis labios, llanto en mi alma, fatiga en mis pulmones, rabia en mi espinazo. Mi entendimiento no lograba discernir el avance del trueno hacia mis dominios. Todo quedaba apagado. Y todo quedó muerto. Vacío. Nada. Rien. Je ne peux pas parler. Fue frío y mirado. Simple e infinito. Amargo como la miel. Triste como mi alma. Oscuro, como la noche… Era, álamo y abedul, perfume lo que brotaba poco a poco. El tiempo, olvidado, feneció. El espacio quedó marchito en el ojo de la aguja que antaño mi mano blandiera -¡sueño!-. Como en la lucha, el fuego crecía en los pulmones que de gloria mi llanto inundaron. Ardor y vida en el desván. Raudas y juguetonas. Viva o muerta. Todo de rosa. El carmín invadía mis venas y la enajenación a mi testa alcanzaba. Digo eterno -¡maldita ensoñación del que llora delirios!- que fue –no fue, ¡oh desdicha fuerte del que despierta!- inefable. No tiene sentido hablar o escribir, llorar, silbar, componer. Nada. La silla, la vela, la pluma y el bloc banalizan sus ojos, que de nuevo me miraban. Ahora veía afirmación, certeza, agilidad, deseo, pasión, ardor, oscuridad de las sombras, veía –siento ahora, ¡desaparece sueño!- trepar sus labios entre las estrellas, buscando nuevas torpezas de cuerpos que a ser uno aspiraban. Y recibo a las sierpes tranquilo, mirando al mar de su alma, silbando entre vísceras rojizas y pasiones, como nadie, así, como yo soy, descarado, como un beso en la playa, como el viento, es cierto, llorando.

El zapato del soldado.

Era sólo eso: un reto.
Agradezco que todo quedara así: sólo eso.
Vivir despacio: sin que nada quede por hacer.
Tristezas de Granada: muy lentamente.
Como cualquier poeta: de cuitas el alma impresa.
Silbando mientas lloro: escribiendo versos a una cualquiera.
Sus ojos de cielo: su cabello silba al viento de oro.
Mera estupidez: si ansías una mirada.
Locura atroz del cuerdo: patético.
Vivir para morir: y dignificar la locura.
Ser cien penas: y dos mil vidas.
Tener desdén: que las penas sean de lluvia.
Que rompa el viento las vías del andén.
Déjalo ahí, sucio:
el zapato del conscripto
que lleva mi nombre;
para que lo pisen
y lo maten,
para que nadie sea
menos que nada
salvo el poeta que llora
unos versos cada noche.

¡Qué más da!

Que me estalle el alma cada día.

Da igual que me arda el alma
y no me importa mi locura:
¿dónde estás?
Llámame ahora que estoy tenue
mirando cómo me miras.
¿Qué más me da la vida
si tus ojos rompen el alba?
Fuego que arde en mi piel
al rozar tu cuello y tus delicias
al apartar ese cabello que desciende
entre nubes y colinas.
¿Qué más me da la vida
si me besas?
¡Qué más me da la vida
si rehúyo un beso de tu boca
mientras busco uno de tu alma!
¿Quién soy si me esperas
en la estación de metro y me gritas:
“Te amo”?
¿Qué más me da el tiempo y  las horas
si me quitan tus labios?
Me paseo ahora por ellos
danzan con los míos,
todos tibios todavía.
Y me acaricia un instante
una lágrima azul
que resbala por tu mejilla.
¿Qué más me da si me muero
aquí en tus brazos
codiciarte cien años en mi alcoba?
Me resbalo por tu cuerpo a cada paso
cada instante desaparece,
no quedan rincones fríos.
Da igual:
¿Qué más me da a mí
si no te tengo en esta noche fresca de verano
estar escupiendo los mejores versos
que de mi alma pueden emanar?
¿Qué más me da la vida
si te amo cada instante
como si lleváramos muertos
toda la eternidad?
¡Qué más me da!

Conscripto de las penas.

Por aquello que acaba sin apenas empezar,
por las ilusiones ciegas del que sueña,
por el que sueña,
así de simple.

Alma roja,
piel de esclavo
rocía en mi espinazo
el aliento triste
de la derrota amarga.
Recuerdo tus ojos
albahaca y moho
en la vena, digo.
Y tibios los pájaros
me recuerdan el hedor
de los días aquellos
en que… no:
en que sueño con tus labios.
Es una muerte
la vida misma.
La misma vida
que me vomitó
a este maldito mundo
sin apenas pedírselo.
Quejarse de alegría
es la enfermedad
de los amantes
-¿amantes?... yo no-
de la cárcel
de los poetas.
Ser estrépito en una Tierra
de delicadas damas,
y sublimes mancebos
 es:
sangre, llanto y desesperación.

martes, 11 de octubre de 2011

Estoy vacío: escribe mi pluma.

A todos aquellos que no saben 
cómo ni por qué ni de quién se enamoran 
porque, en realidad, les da igual:
no tienen nada que ofrecer,
sólo oquedad y miedo.

Odio ser una pluma de ilusiones,
ciego que no habla más que de colores,
lleno de ira, ¡atroz desdicha!, y rencores:
láudano que rebosa en mis pulmones.

Llantos molidos y tristes canciones
son la cruz de mis días y las flores
de mi alma las espinas de valores
que crucifican alto mis pasiones.

Ser Pan turbado sin vino en las venas,
poeta sin musas, mar sin estrellas,
golfo sin putas, Hernández sin penas.

Soy el no metaespacial que aquellas
noches refugiado en sus melenas
goza escribiendo que sueña con ellas .