miércoles, 12 de octubre de 2011

Conscripto de las penas.

Por aquello que acaba sin apenas empezar,
por las ilusiones ciegas del que sueña,
por el que sueña,
así de simple.

Alma roja,
piel de esclavo
rocía en mi espinazo
el aliento triste
de la derrota amarga.
Recuerdo tus ojos
albahaca y moho
en la vena, digo.
Y tibios los pájaros
me recuerdan el hedor
de los días aquellos
en que… no:
en que sueño con tus labios.
Es una muerte
la vida misma.
La misma vida
que me vomitó
a este maldito mundo
sin apenas pedírselo.
Quejarse de alegría
es la enfermedad
de los amantes
-¿amantes?... yo no-
de la cárcel
de los poetas.
Ser estrépito en una Tierra
de delicadas damas,
y sublimes mancebos
 es:
sangre, llanto y desesperación.

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