sábado, 31 de diciembre de 2011

"Autodestrucción"

Perdón y gracias a los genios de los que me aprovecho: Robert Mitchum, Elías Canetti, Rembrandt y García Márquez.


Esta tarde estampado me he
como sello de la muerte de mi alma
en cada uno de los dedos de mis manos
(salváronse los pulgares por críticos)
una letra;
“el viento sopla y la lluvia es fría,
pero ellos resisten”, dijo la vieja de los críos,
mas ¿y los hombres?.
Yo no puedo más:
“LOVE” y “HATE”
pueblan mi hado,
y mi voz no es otra,
que la de Harry Powell.



Esta tarde cargado me he
como sello definitivo de mi falta de cordura
mil libros a la espalda,
y llevado los he
al Parnaso.
Durante el viaje
he pasado
por la mueblería del señor Guarro
pensando en Buda
y concluido he,
que te amo;
no soy sinólogo
ni nunca fui un intelectual,
ni tampoco disfruté entre libros,
pero hubo un tiempo,
cercano quizá,
en que me creí Peter Kien…
Tú, mi Teresa Krumbholz;
más bella,
más inteligente,
más mordaz y osada,
más azul que su falda,
más y más azul.
Tú no eres Teresa,
no lo eres, no.
Eres el inicio
suspicaz de estos versos
presentes que llueven
entre tanta y tanta gota fría:
razón de más para desearte,
amada, en mi alcoba,
naipes en blanco sobre la cama,
zurrón al hombro, bastón en mano,
aletargado y firme por el cielo de tus ojos.
No, no eres Teresa,
ni yo soy Kien,
pero acabaré como él
por tu culpa:
cercana está la hora.




Esta tarde llorado me he
como sello de mi prisión amorosa
todos los libros de amantes
que pueblan mi biblioteca.
Fermina, te amo.
Soy todo paciencia
y lo sabes, demoiselle:
cada noche,
cuando miro al cielo
y te veo sentada en el barco,
tacho una estrella de mis diecitantos
y pienso: "algo más
de media vida
para ganarme
de súbito
la eternidad..."
No soy Ariza,
ni siquiera Urbino,
pero tú eres,
sin duda alguna
mi Fermina.




Esta tarde acabado he,
como sello de muerte,
este poema.
Y como sé que no te gusta
y yo lo odio,
nos quemamos ambos:
él conmigo
y yo, gasolina y misto en mano,
con él.
Adiós.


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