sábado, 5 de noviembre de 2011

"Requiescat in pace"






No hay belleza sutil,
ni delicadas palabras,
sólo la bestia
que mi cuerpo encierra.
Una confesión:
habla de la noche
en que murió el poeta y el hombre,
mi noche, la nuestra.


Camino ligero entre las farolas. Tengo un poco de miedo y saco un cigarro del bolsillo de la camisa. Me he comprado una pitillera que guardo en el pantalón, pero me gusta llevar siempre un par de cigarrillos sueltos, por lo que pudiere pasar. El mechero no falla. Nunca lo hace; ni siquiera en Noviembre. Llega el humo a mis pulmones, todavía fríos, y siento pequeñas punzadas, probablemente procedentes de los alveolos. Mas no me importa. No ha llovido hoy, pero la humedad es terrible a estas horas de la madrugada. Lo noto en la chaqueta. Y no tengo frío. Las calles comienzan a dibujar formas extrañas. El banco de la calle Mayor está tan pálido como siempre. Y los floreros de la Plaza de España, tan vacíos como de costumbre. El campanario no me gusta y escupo al suelo. No hay nada que objetar: todo se ha vuelto del color de sus ojos y el ron me sabe a agua descalcificada. Y lo peor es que creo que su cuello olía a jazmín. ¡Cómo me conocía yo ese perfume! Siempre les tuve aprecio a aquellas flores blancas que nacen, como si nada, de un mar verde y polvoriento. Cada semana husmeaba en ciertos jardines, en los que nunca faltaban olores de costa mediterránea. Y entonces la recordaba sencilla, sentada a mi lado. Le doy la última calada al cigarrillo justo antes de entrar en el bar de la esquina de la calle Colón con la calle que lleva el nombre del poeta este que cantaba canciones de amor a las golfas de las aceras del sábado noche. Había tres personas en el bar: un deficiente mental lamiéndose un dedo del pié, un intelectual leyendo un libro de unas diez mil páginas, y la camarera. El deficiente iba a su rollo; sentado en una silla, sin otro oficio que deleitarse con las costras peludas que colgaban de sus apéndices –por llamarlos de alguna manera- inferiores. Lo del intelectual es más complejo: una vez me senté, vi que estaba leyendo el libro al revés; es decir, pasaba las páginas del final al principio. Y no, no estaba leyendo “Rayuela”. Además, llevaba corbata, el pelo muy corto, una perilla que no me gustaba para nada y destacaba en su cara una nariz que poco tenía que ver en aquel mundo de sensibilidades minúsculas. Creo que se percató de que lo miraba y, para acentuar apariencias, sacó una pipa. “Será cabrón”, pensé. Apretó en ella tabaco del caro y la prendió a la vez que pasaba la página del libro, cómo no, hacia atrás. Me percaté de que me miraba la camarera y, como no me apetecía devolverle la mirada, agaché la cabeza. Se me acercó y me dio una bofetada. Yo le pedí un vaso de whisky. Luego creo que pedí otro. Y luego otro. La miré entonces y vi que estaba fregando el vómito del deficiente mental. No pude reprimir la sonrisa cuando vi la cara de asco de aquel trajeado mono de tres al cuarto, que pasó de nuevo una página hacia atrás en el libro. He de confesar que me estaba empezando a poner nervioso, el muy hijo de puta. Se me acercó la camarera y me pidió fuego. Saqué el mechero y prendí su cigarrillo. Vació el humo de la primera calada en mi cara y me sonrió pícara. Le pedí un ron-cola, porque esa noche me encontraba poeta, y no quería perder los versos en aquellos mares fríos de agua dulce. Todo comienza en presente y sigue en pasado, porque si no sabes hablar en pasado, cállate y no lo estropees en presente. Todo lo que pasa, pasó: por eso tiro del cuello de la camisa sin apenas darme cuenta. Me miraba verde, toda ella. Y sonreía a media luna, como las que buscan seducir. El suelo del pub estaba hecho un asco. Las paredes eran de madera, y sus ojos eran del color de la albahaca. Creo que la estuve mirando una hora, día arriba, día abajo. Bajaba por la comisura de sus labios la suavidad de las nubes de Abril. Y qué decir de su pelo: junto con aquel subnormal del libro, era lo único limpio del lugar. Pues creo incluso que la besé. Y me supo a poco, la verdad. Por lo menos al principio. Porque luego me besó ella. Y entonces hube de pedir un nuevo whisky, para hacer la digestión. Apuré el vaso y me largué de aquel antro a eso de las cuatro de la mañana, con el sabor a labio que todavía llevo en la garganta. Me siento mal y vomito en la parada del autobús. Y vuelvo a recordar sus ojos, azules. Me fumo el segundo cigarro del bolsillo de la camisa y saco un bolígrafo azul celeste, y me escribo su nombre en el pecho. Empieza a llover y yo ando medio desnudo por Carlos III. Se me emborrona el pecho. Ya nada importa. Se oye un cuervo, un disparo, y un grito de mujer estúpida. Vuelvo al bar. El deficiente mental ha matado al intelectual del garito con un revólver. La camarera ha matado al retrasado con un cuchillo. La encontré sentada en uno de los taburetes de la barra con semblante dispar. Y la besé. Ella me devolvió el beso tan fuerte que me arrancó un poco de piel del labio y empecé a sangrar levemente. Creo que le dije un par de estupideces románticas al oído, como un adolescente en pleno apogeo. Me dijo que se llamaba Julia… y creo que la volví a besar. Vi al deficiente abrir los ojos y babear, escupir sangre por la boca, hasta que expiró. El intelectual llevaba muerto por lo menos media hora. Y ahora me besó ella. ¡Qué rabia había en esos labios, carajo! Ahora que todo apestaba, ahora que todo estaba oscuro, saqué la pitillera, y le ofrecí un cigarro a ella, a la vez que yo tomaba otro entre mis dedos. Los prendí ambos. Guardamos el silencio pertinente, homenajeando a los difuntos, mientras se consumía entre nuestros dedos la cera de las velas. Está amaneciendo. Tomo el revólver y la mato. Vuelvo a sacar el bolígrafo azul celeste y escribo la historia en el blog de las cuentas del bar. Pongo punto y final a la historia. Voy a soltar el bolígrafo y a coger la pistola. Voy a matarme yo también. No quedan balas. Miro la pitillera que lleva el deficiente mental en el bolsillo. Es igual que la mía. Le queda una última bala. Que mi epitafio sea: “La vida es un eterno lapsus en medio de la nada; y eterno no significa para siempre”.

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