domingo, 13 de noviembre de 2011

"Requiescat in pace (parte II)".




(Nota aclarativa:
1. Si estás estudiando ingerniería -que lo dudo- y no has leído la entrada "Requiescat in pace", que precede a esta entrada, mejor no la leas. Lee sólamente ésta. Quédate con la incertidumbre. Con la rareza. Cuadricula el ambiente y trata de entenderlo. Olvídate de la entrada anterior: es otra perspectiva. Otro mundo, pero tú no lo toques. No lo entendieres.
2. Si estás estudiando ingeniería -que lo dudo- y has leído "Requiescat in pace" -que lo dudo-, entrada que precede a ésta, salta al punto 4, y luego al 5.
3. Si no estás estudiando ingeniería -¡dichoso tú!- y no has leído "Requiescat in pace", te recomendaría que leyeras primero esta entrada y luego la precedente, es decir, que empieces por la Parte II.
4. Si ya has leído "Requiescat in pace", gracias. Deseo fervientemente que disfruten ustedes esta segunda  parte.
5. Finalemente, confesarles una cosa a los que lean las dos partes: En teoría me quedan otras tres partes que, por supuesto, están ideadas pero no escritas. Creo que ya le ven el hilo al asunto.).

Que me cuelguen si la acabo
que me disparen si lo intento
que me enamore, si la dejo.
Miren los cristales llenos de vaho
que hay mi alcoba,
y verán mi llanto, el nuestro.


“Calculo el tensor de tensiones y el tensor de deformaciones, aplico la ecuación general (multiplicando por el vector normal) y obtengo la tensión en el punto”. Hace frío. Muchísimo frío. Las calles están mojadas y estoy aterrado. Me duelen los pies. Pero me siento cómodo. El puente Luis de Góngora está bellísimo esta noche. Lo han iluminado de manera fascinante. Se alza atroz sobre el Rin, como el arco iris en los amaneceres desde tu alcoba, reina. Introduzco la mano en el bolsillo del pantalón y siento en él la pitillera. Saco un cigarro y me lo fumo, subido a la acera que han hecho en los bordes del puente. Baja el agua muy rápido. Escupo fuerte a los pasajeros de un pequeño bateau que pasa en este mismo instante bajo mis genitales. “Aplico la primera ley de Kirchhoff (la de intensidades) y luego aplico la segunda (la de las caídas de tensión)”. Alcanzo la ataraxia (en un sentido u otro): intensidades, tensiones, humo. ¡Cómo me vibran esta noche los ventrículos, cómo tiemblan mis aurículas! Doy la última calada al cigarro y echo la colilla al agua. Me marcho. La iluminación de la ciudad estaba bella aquella noche. Era muy sencilla. Luces amarillas y altas cada cierto tiempo. Los juegos de brillos y sombras eran aterradores. Los adoquines jugaban con las ratas que por ellos danzaban. “El punto eutéctico: sólido, líquido, qué más da”. El aire se desvanece en mis alveolos, llenos de mierda y avispas. Camino ligero entre las farolas. Golpeo algunas con vehemencia y maldigo con fuerza. “Un número complejo me invade: tan coherente en sentido como la vida misma”. Me cruzo con una furcia en la esquina de la calle Menéndez Pidal con la Avenida Rimbaud, y me ofrece sus servicios. Los rechazo instintivamente: instintivamente los rechazo. “Aplicando el Primer Principio de la Termodinámica para Sistemas Cerrados, se abren muchas puertas, querida.” Entrando me hallo entonces en el bar de la esquina de la calle Colón con la calle esta que lleva el nombre de aquel degenerado que se atrevió a hablar de ingenio a los hijos de puta que pueblan hoy en día el mundo. Un lugar feo. Las paredes eran granates en la parte superior. Noté el chasquido bajo mis pies de las suelas de los zapatos al intentar andar sobre aquel suelo, impregnado de vómito y desaliento. El lugar estaba prácticamente vacío: una camarera y un tipo con un libro. Paso al fondo del garito y tomo asiento en una mesa. Apenas hay luz en el local a estas horas de la madrugada y escupo al suelo. No me gusta pensar mucho. Miro a la izquierda y veo, cerca de la puerta de los aseos, casi oculto, a un sacerdote rezando el rosario. Creo que acababa de empezar. No iba con la sotana (como pueden imaginar), pero sí llevaba el alzacuellos puesto. El tipo del libro no paraba de mirarme. Sentía su mirada en el pescuezo una y otra vez. Me fijé en el libro y en su forma de leerlo y se equivocaba encarecidamente. No sabía leer. No sabía. Se me acercó la camarera para tomarme nota y me percaté de que quería seducirme. “Ramera buena, apárteseme y no me distraiga de mis quehaceres”, pensé; literalmente. Le dije: “Agua, por favor”. Noté un gesto despectivo en su cara, aunque tardó apenas unos segundos en acercarme un vaso de lavavajillas más sucio que el suelo. Lleno de agua, eso sí. Saqué el maletín y lo abrí. Tomé los útiles de dibujo (escuadra, cartabón, compás, lápiz y goma), así como una calculadora. Dispongo los folios del proyecto sobre la mesa y me pongo a diseñar. No veo la manera de empezar. Me rasco la cabeza. Pienso en la puta de la calle Rimbaud, y en aquellos ojos, demoiselle, azules que me cautivaron. Amaba a la rubia de aquel banco ¡carajo! No me siento bien. El tensor de tensiones ha generado deformaciones en las conexiones neuronales que no soy capaz de expresar dentro de la matriz de deformaciones. Y así no puedo dibujar la plataforma. Ahora me falla Kirchhoff, me faltan ecuaciones. La calculadora me da MATH ERROR. La tiro al suelo con alevosía. Se exaltaron el sacerdote y el lector. Todo falla. No hay comienzo alterno en las venas del funámbulo que llora hormigón cada noche, y que no sabe tan siquiera qué hace arrumbado en medio de la carretera de peralte pronunciado. Mataría a cada uno de los artífices de toda esta masacre de mierda que destruye al humano. Perdón: mataría a cada uno de estos humanos que destruye toda esta mierda que con genial entusiasmo generaron esos artífices, esos privilegiados mentales. ¡Cómo me duelen los pies! Me quito los zapatos (oscuros) y los deposito, junto con los calcetines, al lado de la pata derecha de la mesa que se hallaba más alejada de mí. Comienzo a jugar con las reglas, a dibujar formas gráficas de sentido ingenieril desconcertante. Tomo el compás. Ha entrado un hombre al bar. Noto un sabor raro en la boca, como a sangre. Me introduzco los dedos índice y pulgar de mi mano derecha en la cavidad y saco dos pelos negros. Noto una punzada de dolor brillante en el pie. El compás gira genial. Está muy bien soportado. El individuo llevaba gorra, de las antiguas. Vi que pedía un whisky. Era un donnadie. Su cuerpo me lo decía. Su mirada me lo gritaba. “Me aturde el llanto al verme aquí sentado”, pareció decirme. “Maldito vago. Es una pena que se regalen vidas así, a cualquiera. No deberían permitir a este tipo de escoria vivir”, pensé. Saqué un nuevo pelo de mi boca. Estaba asqueado. No me siento bien. Sólo he bebido agua. Los problemas me acucian. Soy basura. No puedo más. Vomito. Lo echo todo. Todo. La camarera limpia el vómito con su lengua. Y la vi besarse con el hijo de puta de la barra. “Ese beso es mío”, pensé. Quería morirme. Nada me salía bien. El bohemio se marchó. El sacerdote iba ya por el quinto misterio. El lector se levanta. Va al aseo. Le zancadilleo. Se cae su libro. Saco el revólver que compré en la calle Mayor y le pego un tiro. Me fumo un cigarro en silencio, homenajeando al difunto, ante la mirada atónita de la camarera. El sacerdote acaba el rosario y se queda inmóvil.  Le he dado en el cuello. Brota la sangre a borbotones. Todo huele a negra hiel. Y me acuerdo de esos ojos… ¡ay celeste destino que te burlas de mí! (“Eres el Sol y el cielo, la sangre y las venas, eres la mismísima Gea: no ofreces a este pobre caballero ni un solo rincón de sombras en el que desollarse y llorarse”). El sacerdote cantó justo antes de perecer de manera mística. Quedó tumbado en el suelo. Muerto. La camarera me pone un whisky y me besa. Me gustó porque era el primero. Gritó ella muy fuerte. Creo que también le gustó; en su caso, tal vez, por ser el penúltimo. Tomo el lápiz y, ebrio, escribo la historia detrás del A3 del proyecto. Me ha llevado no más de 4 minutos. Todo es un continuo "¿Y qué hago ahora? ¿Qué sentido tiene esto? No entiendo mi trabajo aquí. No puedo. Tiemble o no el mundo, a mí, déjenme en paz o, en su defecto, violen mi intimidad: queda consentido".

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