miércoles, 6 de abril de 2011

"Expresión onírico-gráfica. Tema 3: Puntos, rectas, planos, y tal"

Es de versos la noche. De espantosos vacíos. Es de llantos. Es de lluvia. La amo, porque me moja, y me da frío. Vivir con calor es morirse de asco. Soy un punto. Sin volumen, sin movimiento, sin nada. No existo. Fui nadie cuando nací. Muerto, soy nadie. El poeta que me engendró muerto se halla. Y no me importa; porque no soy un verso. Claro, soy nada. Punto, punto, punto, punto, punto: recta. No. Un punto en el infinito es una recta. Yo no soy nada. Porque estoy muerto. Y la recta sería mi alma, pero yo no estoy en el infinito. Y un cuadrado haría fluctuar el punto del infinito. Pero eso jamás ocurrirá, porque estoy muerto. Entre cosenos y senos ansiaría vivir si de un punto del infinito me tratase. Pero estoy muerto, y soy un punto discreto… ironías de la vida: juegos. Soy un punto discreto que, parado, espera llegar al infinito y que el azar haga el resto. Jamás entre senos y cosenos he vivido. Pero es lo que ansío como punto discreto que pretende el infinito. Aunque ello suponga perderme en variaciones infinitas con imagen entre cero y uno. ¿Qué más da? Porque yo soy un punto. Y los puntos están muertos. ¿Y si un par de directrices…? No, olvídalo. ¿Y si un par de directrices… convirtieran la recta en un plano…? Jamás. Porque soy un punto discreto. Eso es. Discreto. Un plano es continuo, y si fluctúa es bello, y si se mueve, entonces me enamoro. No. No. Para. El punto discreto está enamorado… ¿es lo que quiero saber? No. Los puntos están solos. Fueron engendrados solos. ¡Un plano! Ser, estar. No. Soy un punto. Mi verbo copulativo es parecer. Yo sólo parezco. Sólo padezco. No soy, no estoy, parezco. Pero no te vas a dar cuenta de que existo, porque un punto es algo inmaterial, sin alma, esto es, yo. ¿Puede un punto autoconcebirse, contemplarse a sí mismo? Pues sí. Yo lo hago. Soy un punto y me autoconcibo. Y odio que se consideren puntuales los electrones. Ellos tienen materia. Ellos son. Yo no soy. Es simplemente eso. Un verso. Y como buen punto, compongo mis poemas y, miro al cielo, y ansío el infinito y me enamoro y pienso en senos y cosenos (¡tangente la flecha de Cupido fue al alma mía!), y marco en sueños mis directrices, mis metas, y proyecto una vida que desaparece al amanecer. Y me quedo ahí, varado, sobre el plano del cuadro, viendo las rectas que pasean y los planos que se estremecen de placer y… odio el plano del cuadro. Es mierda. Bórrame, le dije. No, respondió. Claro. No puede. Ahora soy arcilla y carbono y tal. Quieren que sea eso. Pero yo no soy. Soy un punto que vive allá, en el plano del cuadro, plano del amor y del verso que tampoco es. Porque al fin y al cabo Descartes nos mintió con sus ejes. Sólo es, existe, lo que varía en el eje Z. Lo que varía en los ejes X e Y puede llegar a ser. Lo que varía en un único eje (llámese X, llámese Y) es un simple desecho (mierda) de lo anterior (plano). Yo no varío. Yo soy un punto. Lo que no varía, no es. Lo que no está sujeto a la contingencia, no es. Odio a Descartes, porque me localizó, y me hizo percatarme de mi “ser punto” y, con ello, me mató. Pero odio también a Nietzsche que no cree en mí. No cree en mi imperturbabilidad. Aseguro que no me muevo. Únicamente miro al cielo, y sueño; porque no me creo vivo; porque, simplemente, no me creo. Soy un punto… uno sólo. No soy tres puntos, no. Mi vida no da para más, no deja nada entrever, es lo que es: nada. Ser yo es ser nada. Ser final de frase y comienzo de oración. Nada. Porque lo importante está dentro del verso. Ahora me quedaré así, discreto, localizado, mirando al infinito, a las titilantes estrellas, en esta maravillosa noche de versos, como yo soy, como nada, como el fin, mi fin, será el fin, y llegó para acabar, lo que soy: un punto.

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