Viviendo a contratiempo uno se siente como estúpido, especial entre especiales,
qué sé yo. Me gustan tus ojos cuando se humedecen y se entornan en la zona
próxima a las sienes, como las ventanas de mi cuarto en los atardeceres de
otoño. Son como el ritmo del Soul, una lágrima en tu mejilla quizá. Y que
guardes silencio y me mires como si se acabase el cielo en mi nuca, todo
concentrado ahí, en un pedazo de mi cuerpo. Que estés seria, o casi, y te caiga
el pelo alborotado por los hombros, que tres segundos sean tres lugares, y que
los bailes de sonrisas me jueguen una mala pasada.
Los
espacios que pasan a gritos, los segundos que invadimos y no conquistamos, la
pereza al besarte, qué sé yo. Se nos despista la cadencia y nos refugiamos a la
orilla del camino, casi agonizando. Leer
un libro, acampar en tus párpados, que la lluvia me inunde.
Ver
cómo desaparece todo y te vas. Pensar que las palabras clave ya han sido dichas
y decidir no redundar, porque tus ojos son tus ojos. Y volver a casa cabizbajo,
con las manos en los bolsillos, escribiendo versos de cabeza. Tumbarse en la
cama. Y, proceda o no –qué se le va a hacer-, despertar.
silencio).