sábado, 2 de junio de 2012

Las noches estables.


Quizá sea la típica actitud
del inútil que se mira el ombligo
todas las mañanas tras bostezar,
pero tengo la costumbre de oír
el mundo desde los ojos de un ciego.

Cada noche, cuando el tiempo se marcha
del espacio que habito y me abandona,
se me ulcera la costumbre terrible
de verme tan humano como al resto.

Y entonces los martillos esenciales
que suelen huir siempre que yo soy yo
aparecen y me golpean como
si mañana fuese un ayer presente.

Y pienso ¿sabe usted? y me pregunto
sobre esta atroz pantomima que habito,
sobre este ser nada para ser nada,
sobre la existencia de un ”yo” perdido
entre un “ellos” que no le pertenece.

Y entonces una sensibilidad
ajena a cualquier patrón dibujado,
me recorre las venas como el viento
y las vacía de cualquier vestigio
de coherencia humana y de sangre azul.

Y al poco espacio, vuelve muy borracho
ese tiempo que tan poco me ama,
y me abofetea como si yo
le perteneciese, como si yo
no fuese más que el último eslabón
de una cadena que ya está rota.

Me dedico entonces a llorar versos
sin sentido porque quizá hablar de hoy
no sea más que mentirme a mí mismo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario