Me escondo en las esquinas,
y rehúyo a menudo las miradas
potentes de los que caminan
erectos y seguros
de todo lo que dicen y hacen.
Soy un hombre raro y patético,
encorvado y de cara tosca,
no me angustia el decirlo:
más bien me consuela.
Y pido a la gente de bien
solamente una cosa
-recordándoles, antes, a mis amigos
que llevo siempre escondido
un revólver en el abrigo…- :
si dejo de ser patético
denme un tiro;
si acaso dejo de declararme
con poemas espesos y cargados de lisonjas,
denme un tiro;
si dejo por casualidad de pasear solo
a altas horas de la madrugada
por mi pueblo,
denme un tiro;
si dejo de pasarme por el forro (bolsa testicular)
las convenciones sociales,
denme un tiro;
si olvido, por ventura, que la vida
es tan sencilla que encerrarla se puede
en una botella de whisky del supermercado
de la esquina de abajo
denme un tiro;
si alguna vez me ven
con gente por ahí,
y ven además
que integrado me hallo,
denme, ¡ay!, un tiro certero;
si me ven bailar entre multitudes
con los ojos abiertos
(sin mis anteojeras de raro)
denme un tiro;
si me encuentran tomando café,
con gente que se peina,
y hablando
como un snob,
les pido que me recuerden
lo que amo los temas soeces,
naturales y sencillos,
como las gentes de verdad,
y luego,
si son tan amables,
denme un tiro;
¡Vuélenme las sienes
si vuelvo a ser del mundo!
¡Que brote sangre de mi testa
si me preocupa algo ajeno
a la esencia de la realidad!
Les pido una cosa:
si dejan de emerger alacranes de mis manos,
si acaso un día esta conciencia de realidad
que me desciende por el lagrimar
y a la comisura de los labios me llega
se acaba,
denme un tiro.
Porque quiero vivir en el mundo
sólo si el mundo
cabe en un paquete de tabaco;
sólo si hace reventar el interior humano
con un golpe de sinsentido:
solo,
ante un acantilado,
al final de la tarde,
el Sol se come mis ojos,
el viento me corta las venas,
y me dedico a llorar eso:
alacranes con pimienta.