Sabes
que siempre juego
muy al
borde de las cosas,
que al
otro lado
de los
muros que me cercan
sólo
hay afilados cuchillos
esculpidos
por el mar, el viento
y la
arena.
Sabes
también que el miedo
no sabe
nadar y que yo
soy más
bien de espíritu débil.
Devuélveme
por ello,
el
revólver que te presté
anoche,
Laura,
porque,
si el
miedo huye, la soledad
no me
gusta pero
si
decide quedarse prefiero
un
pedazo de plomo en mi cerebro,
a diez
mil pájaros que me susurran
los
secretos de lo desconocido.