Duele a
diario en la ropa,
en el
pelo, en los pulmones.
Se nota
en la espasmódica tos,
en los
ojos arqueados
y sanguinolentos,
y
vencidos.
Como el
tabaco, vuelves a mí
y me
conquistas y me llenas,
sin
querer, claro.
Pero me
llenas de un vacío
que
sacia mi gula y mi ansiedad.
Y es ese vacío, ma petite reine, el que,
sin
pretenderlo –lo sé-,
me
vacía.
Y yo me
acuerdo de todo aquello
y toco
ese vacío,
que
deja la plenitud robada,
como si
de un paliativo filtro se tratase,
y me angustio.
Los
lamentos de antaño, hogaño
son vacío:
soy portador
de un alma
desarraigada
que se
compra y se vende
si
ningún tipo de escrúpulo a sí
misma
cada vez
que te
me acercas.